Somos protagonistas de profundos cambios socios culturales enmarcados en un contexto globalizante. Cambios que conllevan, en muchos casos, a una percepción axiológica o de valores donde se prioriza lo pragmático, material y económico, por sobre lo espiritual, moral o ético. Esta nueva forma conductual de muchas sociedades permite liberar temas conflictivos como: legalización del aborto, matrimonios homosexuales, legalización del consumo de sustancias psicotrópicas, cuestionamiento de la familia como núcleo de la sociedad; u otros menos conflictivos como: la igualdad de género, recorte de la edad laboral, reducción de la jornada laboral, entre otros. Las nuevas tecnologías de la información y comunicaciones han permitido un crecimiento exponencial del conocimiento humano, y constituyen la génesis de la globalización, fenómeno mundial criticado por unos y alabado por otros, pero que a mi modo de ver sus bondades supera con creces sus aspectos negativos al permitir la comunicación en tiempo real y borrar tácitamente los espacios nacionales que nos han dividido como países, sociedades o economías.
Todo esto nos dibuja a grosso modo el escenario inicial del nuevo milenio, este siglo se inicia con un mundo laboral totalmente distinto al que vivieron generaciones anteriores y parte de la nuestra, donde las palabras “Dinámico” y “Cambiante” son premisas fundamentales. Las innovaciones, en tecnologías y procedimientos crean nuevas profesiones y competencias desconocidas hasta años recientes y hacen obsoletas o anacrónicas a muchas otras. Sin embargo, nuestro país ha permanecido ajeno a estos avances y transformaciones, debido a políticas inadecuadas por parte del Estado y un sector privado, en su mayoría, reticente a los cambios e innovaciones. Aunado a esto, y lo más grave, es que nuestro mercado laboral es absolutamente deficitario debido a políticas económicas erradas y a la inseguridad jurídica que aleja, lógicamente, a la inversión y han provocado el cierre gradual de numerosas empresas en la última década. Este es
Resulta obvio el proceso traumático y frustrante que sufren los egresados universitarios al tratar de ejercer la profesión para la cual se prepararon, sobre todo cuando fueron acostumbrados a la seguridad relativa que le brinda la academia, donde todo se reduce a metas logradas en función de la aplicación, en aulas que los desconectan de la cruda realidad que les espera y donde presumen reina la sabiduría y la verdad.
Por todo esto, es conveniente que el mundo universitario se enfoque necesariamente hacia esta situación, ya que debe asumir el reto de innovar para preparar a su comunidad con las destrezas y habilidades necesarias para su adaptación al reto que representa el ingreso de sus egresados al mercado laboral, entendiendo que no sólo basta con los conocimientos académicos (en algunos casos con visos de obsolescencia), sino que en este nuevo mundo la labor pedagógica debe estimular, cultivar y enseñar una serie de competencias y cualidades; tales como la creatividad, la persistencia, y la solidaridad; que le hagan más apto para el mundo competitivo que les espera.
Hasta hace pocos años, estas competencias se relacionaban con el término: “Emprendedor”, nombrado y escuchado, ocasionalmente en conferencias de escasa participación o en algunas universidades que en busca de innovar comenzaron a indagar e investigar sobre el tema.
Hoy por hoy, las empresas buscan personas con alta autoestima, habilidades sociales y cualidades como: la capacidad de amar lo que se hace, de fijarse metas y calcular los riesgos, de innovar, de asumir responsabilidad ante las propias decisiones y actuaciones, facilidad para familiarizarse con el entorno,
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Del estudio y sus resultados podríamos hacer algunos comentarios, la investigación plasma la importancia que tiene la mujer venezolana como emprendedora; y otro dato de suma relevancia para nosotros, sin pecar de regionalista, es que los ANDINOS son los venezolanos más emprendedores de
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